Cuenta el primer poema épico del que se tiene noticia, grabado con escritura cuneiforme en tabillas de arcilla, que Inanna, diosa sumeria del amor y de la guerra, se enamoró de Gilgamesh, rey de Uruk, y que rechazada por éste clamó a su padre para que creara el Toro Celeste y lo enviase a castigar a su desdeñador. Aquel toro fue vencido (como también lo fue tiempo después el Minotauro), pero le ha dado ahora nombre a una revista digital que con su primer número viene a demostrar que entre los escombros de nuestra economía –y acaso también de todas nuestras certezas- puede seguir naciendo esa rara y hermosa flor que es la cultura.
Vivimos tiempos ásperos, en que iniciativas de este tipo ocurren como a contracorriente de todo y gracias al empeño de gente que no desiste del conocimiento, de la contemplación de un cuadro, de la lectura reflexiva de un poema, y que sobre todo no renuncia a la divulgación de esta experiencia, que es tanto como decir que no renuncia a compartir una emoción. Este primer número de El Toro Celeste propone un acercamiento a la escritora y filósofa Chantal Maillard, a la poética de José Antonio Muñoz Rojas, a la biosinfonía inacabada de la escultora francesa Camille Claudel, a dos artículos inéditos de César Vallejo o a los últimos óleos del pintor malagueño Enrique Brikmann, entre otras cosas.
Y bueno, este primer ETC contiene también un fragmento de mi novela inédita, fragmento que he titulado para la ocasión «Enrique», pues forma parte de la presentación de este personaje, uno de los cuatro que protagonizan la historia. Que estas páginas se publiquen ahora (gracias al escritor Rafael Ballesteros, que me invitó a colaborar en el primero número de la revista), me ha llevado a imaginar cien formas diferentes de hablar de las vicisitudes por las que esta novela ha pasado; de hablar de todo ello no con rencor, sino con la autoridad del fracaso, que es frase de F. Scott Fitzgerald («I talk with the authority of failure», dejó escrito en sus cuadernos). Un buen amigo mío, apelando al pudor, me disuadió a tiempo de hacer tal cosa. De modo que me limito sin más a invitar a quien por aquí pase a visitar esa estupenda revista que esEl Toro Celestey, cómo no, a leer el texto que allí firmo, ese fragmento de mí.