Me refiero a la portada de un libro, claro. Y no la de cualquier libro, sino la de este libro en particular, que no lo será en su estricto sentido hasta dentro de unas semanas, pero que ya ha empezado a asomar su rostro, tanto tiempo reservado a los más íntimos.
Confieso que me gustó su diseño minimalista ya antes de que mi nombre y el título del libro, Las flores suicidas, estuvieran integrados en él, pues la editorial Talentura viene utilizándolo desde 2015 en todos sus libros de relatos, concediéndole a cada uno la identidad de un color distinto. Me intriga esa sencillez conceptual donde la palabra y el signo tienen todo el protagonismo, ese guiño ladeado (al lector) en que se ha convertido el punto y coma según moderna simbología, todo ello blanco y negro sobre fondo que en heráldica sería un esperanzador campo de sinople. Frente a la tiranía de la imagen (puro abigarramiento en anaqueles de librería), pienso que si se pudiera extender la filosofía Feng-Shui a las cubiertas de los libros, el Chi o energía vital circularía a sus anchas en esta, lo que en definitiva constituye la mejor invitación a abrir la puerta y adentrarse en las cinco historias que contiene el libro.
Por lo demás, las cosas del otro lado, que como pulso herido rondaba García Lorca –y luego también, según confesión propia, Julio Cortázar-, han empezado ya a dejarse notar en esta publicación. Hace un par de semanas descubrí casualmente que existe un movimiento social internacional llamado ‘Proyecto Punto y Coma’ (‘Project Semicolon’) que propone el tatuaje de este signo ortográfico como muestra de apoyo a la lucha contra el suicidio y a favor de su prevención. Dicen sus promotores que el punto y comaequivale a una negativa a terminar una frase, siendo esa frase la propia vida. Lo cierto es que en 2015 Talentura, al adoptar este signo en el diseño de sus portadas, no podía imaginar que dos años después enmarcaría un título como el mío, de la misma manera que cuando yo anoté hace veinte años este título para un libro futuro no tenía la menor idea de que alguna vez ese libro sería publicado por Talentura, ni de que llegaría a existir un movimiento llamado ‘Proyecto Punto y Coma’, ni de que la editorial que lo publicaría iba a adoptar este signo como elemento característico de sus portadas sin conocer tampoco, a su vez, la existencia ni del ‘Proyecto Punto y Coma’ ni de mi libro… En fin. A estas cosas le llaman frecuentemente coincidencia, casualidad, azar.
En cualquier caso, para finalizar esta teoría y práctica de la portada dejo un segundo ejemplo de otro feliz minimalismo conceptual: el bookcover diseñado por Adronauts para 1984, de George Orwell (por cierto, que una cita orwelliana juega un importante papel en el último relato de mi libro, el que le da título, precisamente).