Quantcast
Channel: Los pasadizos del Loser
Viewing all articles
Browse latest Browse all 160

Carpentier a tiempo

$
0
0
El último libro que me recomendó un gran amigo me ha devuelto al territorio de la literatura latinoamericana, en el que casi tuve fijada mi residencia entre los veinte y los treinta años. “Acabo de releer Guerra del tiempo, de Carpentier. Qué relatos!!!”, me escribió este amigo, y añadió: “Juan, hubo un día en que se escribía”. “Hubo un día en que se escribía, se pintaba, se componía, se hacía cine…”, le contesté yo. “Oui. Incluso se pensaba”, respondió.

En su momento, como digo, devoré las obras de muchos de aquellos irrepetibles escritores  argentinos, peruanos, cubanos, colombianos, uruguayos, mejicanos, todos reunidos bajo una misma identidad latinoamericana y en el marco de un boom literario donde tenían cabida los recién llegados en los sesenta y los que venían escribiendo desde décadas atrás. Yo vivía a caballo entre sus novelas y cuentos y las obras de los autores norteamericanos de la primera mitad del XX, de los que me iba nutriendo igualmente, todo ello sin dejar de atender también lo que hacían los nuevos narradores españoles. ¡Años fecundos en lecturas, sin duda!

Leí infatigablemente, pues, a Cortázar, claro, Julio tan querido; a García Márquez, que con sus Cien años de soledad me abrió el camino a todos los demás; a Onetti, de lenta y exacta palabra, a Rulfo, lacónico genial, a Sabato, a Borges, a Vargas Llosa, a Fuentes, a Benedetti, y más tarde a Daniel Moyano, el de menos fortuna y más sensibilidad, pues no en vano su formación era musical, a Bryce Echenique, de exagerada vida y excelente prosa (solo he conocido personalmente a Moyano, ya fallecido, y a Bryce), algo de Bolaño, cuando lo leyeron todos, con una breve pero fructífera visita a Bioy Casares hace tres años apenas. Me faltaron algunos autores, y entre ellos nada menos que Alejo Carpentier.

La vida –sobre todo si es exagerada - te reserva encuentros tardíos que llegan cargados de nostalgias de lo que no fue entonces pero puede ser ahora. Me hice con Guerra del tiempo cuando ya no había posibilidad de decirle a mi amigo cuánto logró impresionarme el primero de los relatos: Viaje a la semilla. Y aún así se lo dije, de alguna manera –esto mismo que escribo es otra forma de volver a decírselo-, y naturalmente mi valoración se quedó corta y a la vez pareció, también, exagerada: como la vida misma.

¿Puede haber en literatura algo más atrevido que hacer avanzar una historia… hacia atrás? Carpentier logra una obra maestra que crece a cada párrafo en exitoso atrevimiento, y el lector se pregunta, asombrado, hasta dónde podrá llevar su propósito: Un viejo caserón que está siendo demolido empieza a reconstruirse por sí solo, las tejas que habían ya caído ahora se ven “levantadas por el esfuerzo de las flores”, los cirios colocados alrededor de un cadáver velado en su lecho “crecieron lentamente, perdiendo sudores”, la casa se vacía de visitantes, el muerto no se siente bien, transcurren meses de luto por su esposa, quien, al final de la página siguiente, muestra un creciente rubor de recién casada, “cada noche se abrían un poco más las hojas de los biombos”, y después ambos acuden a la iglesia a recobrar su libertad, y los anillos son llevados al “orfebre para ser desgrabados”, y más adelante –más atrás- se celebra un “sarao” para celebrar una minoría de edad, y hay exámenes, y Reyes Magos, y los muebles se hacen cada vez más grandes, y se vuelve a los soldados de plomo… ¿Hasta dónde puede llevar su juego genial Carpentier? ¿Hasta dónde puede burlar el tiempo?

De esto último el escritor cubano da buena muestra en los otros dos relatos, Semejante a la noche y El Camino de Santiago, y, más allá de este libro, en el que he leído después, Concierto barroco, donde es perfectamente posible –real maravilloso, lo llamó el propio Alejo Carpentier- que después de una enloquecida fiesta de carnaval veneciano en la que participan Antonio Vivaldi, Doménico Scarlatti y Jorge Federico Haendel, el sirviente de un indiano que ha participado con ellos de la farra y de la música se quede en Europa y asista a un concierto de Louis Armstrong: antes, despide a su amo en los andenes de la estación, mientras el tren se desliza ya: «-“¡Adiós!” – “¿Hasta cuándo?” – “¿Hasta mañana?” –“O hasta ayer…” –dijo el negro…».

Abierto a cualquier nueva recomendación, avanzo ya, devoto de este autor, por las páginas de La consagración de la primavera. Qué pequeño, que desmañado, qué fácil parece cualquier otro libro de ficción que uno se eche a los ojos al lado de las obras de estos titanes de la palabra, de la imaginación, de la arquitectura narrativa. Qué apuro el dar a estas alturas unos cuentos a la imprenta…

Viewing all articles
Browse latest Browse all 160

Trending Articles