Foto: JFH
Uno de los cuadros que hay en mi casa representa un extenso campo de girasoles en cuyo extremo, allá a lo lejos, alzándose contra el cielo, se adivina el perfil de Paredes de Nava, el pueblo palentino donde, como escribí hace años, está el manantial de mi sangre. Es un cuadro pequeño, de veintiuno por treinta y seis centímetros, y fuera cual fuese el propósito de mi padre al pintarlo (si es que puede hablarse de propósito en la elección que hace un artista del motivo de su obra), yo he adquirido el hábito de mirarlo para relajarme: hay realmente un horizonte hacia el que tender la mirada, y hay igualmente un silencio mitad amarillo, mitad azul plomizo, en el que lentamente el pensamiento va como disolviéndose. Es el horizonte que ni quiero ni podría perder aunque quisiera, aquél en el que están hundidas mis raíces, el horizonte del que proviene este sabor a Castilla que hay en mi sangre, este gusto a cereal y a piel de oveja recién curtida y a uva de majuelo familiar, este eco de dulzainas rizando apenas las aguas lentísimas del canal, este zureo en el vientre de un palomar o el crotorar de una cigüeña en lo alto de una espadaña, esta aspereza de adobe en la yema de los dedos y el dolor punzante de los cantos del río en la planta de los pies. Y no se trata sólo de sedimentos de infancia –salí de Palencia a los doce años-, sino del hecho cierto de que todos y cada uno de nosotros somos un tramo, únicamente un tramo, del largo río de un linaje: y si mis aguas discurrieron durante siglos por tierras castellanas, ¿a qué iba a saber y sonar mi sangre o cuál iba a ser su tacto?
El pasado martes se presentó el libro Palencia. Palabra y luz, editado por la Diputación provincial. Lo recibí ayer viernes, y es sin duda un hermoso libro coral, punto de encuentro entre literatura y fotografía. En sus páginas se dan cita nada menos que ciento veinte palentinos de nacimiento o adopción, setenta y seis escritores y cuarenta y cuatro fotógrafos, y me complace formar parte de él, pues es la primera vez que me vinculo de manera efectiva a un proyecto cultural en Palencia. En esta soleada Almería en la que vivo desde hace ya tantos años, donde siempre me he sentido bien acogido, donde generosamente me consideran uno más entre los suyos y por donde fluye ya, fresca, sabia y tumultuosa, la vida de mi hija, sigo mirando hacia Palencia con nostalgia: mi sangre suena a jocosa rumba del río Carrión, por el que pasaba un submarino cargado de borrachos, y todos palentinos; sabe galletas recién horneadas y a lechazo churro y a pipas Facundo, aquellas que el toro lamentaba, al morir, no haber probado antes de dejar este mundo; tiene, en definitiva, el tacto suave y descendente de un arambol.
Mis felicitaciones al poeta Julián Alonso y al fotógrafo Javier Marín, que han coordinado el libro.
Girasoles. Escolástico Fernández