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Pilar Quirosa, nuevo libro

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(Foto: JFH. 2013)
Infatigable creadora, la escritora Pilar Quirosa-Cheyrouze presenta esta semana un nuevo libro, Memorial Shadow, “confesiones, recortes, casi collages, páginas de diario, aforísticas reflexiones, filosofía, medicina, arte, música, poéticas varias…”, según cuenta la editorial Nazarí, que es quien lo publica. 

La vida cultural de toda capital de provincias, pequeña o grande, eso es igual, está tejida por una serie de figuras reconocibles y a veces aparentemente ubicuas sin las cuales no se entendería la celebración de la convivencia alrededor de las artes y las letras. Pilar Quirosa es una de esas figuras esenciales de la cultura en la ciudad en que vivo, Almería, y tengo la suerte de que me honre con su amistad. Nos conocimos pasada ya nuestra primera juventud, y sin embargo nos une la sensación de haber compartido juegos en la infancia, o al menos alguna que otra de esas aficiones que de niños creemos reservadas a nosotros solos. Por ejemplo, la de descubrir en el frontal de los automóviles la identidad de un gesto, de un temperamento, de una personalidad. Yo lo hacía con pocos años: analizar ese rostro aparente que nos ofrecen los coches, la expresión enfurecida o asombrada o maliciosa o bobalicona de los faros en su combinación con la forma del radiador, del guardabarros, de la matricula. Recuerdo bien la sonrisa de Pilar el día que me dijo que se había sentido felizmente aludida en ese preciso pasaje de un libro mío, y durante un tiempo referirnos a ello fue una especie de santo y seña cada vez que nos encontrábamos, hasta que ambos lo incorporamos al bagaje de las experiencias compartidas y ahí quedó, en la base de nuestra amistad.   


Dicho de otro modo: nos unió la pareidolia, ese fenómeno psicológico que estimula en nuestra mente la capacidad para reconocer rostros u otras formas familiares en los lugares más insospechados: en la apariencia de las nubes, en el milenario perfil de una montaña, en los troncos de los árboles, en las fachadas de algunas casas, en las manchas de humedad de una pared, en la melancólica superficie de la Luna.

Escribió Ana María Matuteque tal vez la infancia sea más larga que la vida, y el poeta inglés William Wordsworth que el niño es el padre del hombre; yo creo que aquel juego de la imaginación que Pilar y yo mantuvimos por separado, y bajo cuya superficie no es difícil escuchar la corriente viva de nuestra pasión común por inventar y contar historias, nos devolvió a un tiempo en el que no nos conocíamos para trenzar allí ese tipo de complicidad duradera que sólo se fragua en las edades más tempranas. 

Todo esto me hace recordar unos versos de Pilar Quirosa que hablan de “reencontrarnos de nuevo / en cada estación del tiempo”, y estos versos me llevan a otro poema suyo, titulado “Catarsis”, en el que se pregunta: 

Cómo barajar el efímero tiempo,
el reloj derrotado por el paso de las horas,
el dolor que crece y se retuerce
en meandros, cómo escribir un poema.

Barajamos el tiempo, nos reencontramos, escribimos. Y Pilar va más allá, porque la efervescencia cultural que la anima desborda en ella el acto puramente creativo, la narrativa para niños, jóvenes y adultos, los artículos en prensa, la crítica literaria; lo desborda para hacerse activismo, militancia cívica, y entonces surgen también las labores de Ateneo, las Aulas de Literatura, los Encuentros con las Artes, las Letras o el Lenguaje Cinematográfico, los Departamentos de Publicaciones, los Colectivos sociales y reivindicativos, los recitales, las rondas de libros… Incansable ese ir y venir suyo para mantener vivo el fuego iluminador de la cultura cuando es tanta la arena con la que algunos pretenden apagarlo. 

Leí uno de sus últimos libros, El viaje de Edgar, mano a mano con mi hija. A través de él  regresaba –si es que alguna vez se ausentó- la Pilar más sideral, más celeste. Y he aquí otra cosa que compartimos: la fascinación por la astronomía. No podía ser de otro modo: tal vez pertenezcamos ambos a la vieja estirpe de aquellos que un día remoto, mirando el firmamento, dieron en unir, con una línea figurada, esa estrella de ahí con esa otra y con esa y con esa de allá, pareidoliacósmica  de la que nace un aguador, un arquero con su cinturón bien ceñido, un centauro, un delfín, la nave de los argonautas. Y siempre el viaje, por las Islas provisionales o A orillas del Zambezeo más allá de cualquiera de esas fascinantes nebulosas interestelares que sólo son visibles con telescopios: viajes de la imaginación, tal vez: pero es que es de esa materia de la que estamos hechos.



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