Tras las puertas cerradas, el Loser ha sido durante buena parte de este año no el blog&bar donde tan gustosamente se habla de literatura, de cine, de música o de fotografía, sino casi un club de ciencia, un pequeño club de un solo socio y algún amigo con el que desahogarse, porque las noticias que iban apareciendo en los periódicos desde enero dando cuenta de asombrosos descubrimientos astronómicos despertaban en quien esto escribe una fascinación muy superior a la de cualquier novela o película.
Antes de que se cumpliera el primer mes de este extraño –en tantos sentidos- 2016, les mencioné a un par de amigos tres de esas noticias: a mediados de enero supimos que seguía abierto el caso de la estrella KIC 8462852, a cuyo alrededor podría haber, según publicaron sin rubor, en octubre de 2015, los medios de comunicación más ortodoxos, una 'megaestructura extraterrestre'. El Telescopio Espacial Kepler había observado que esta estrella, a casi 1.500 años luz de distancia, experimentaba atenuaciones de su brillo a intervalos no regulares -es decir, no provocadas por la órbita de un planeta-, sino con parpadeaos impredecibles. Se barajaron algunas hipótesis, pero ninguna encajaba; en enero, como digo, los astrónomos concluyeron que tampoco era verosímil la explicación dada el mes anterior de que se trataba de una densa nube de cometas. La otra interpretación es desatinada, pero no totalmente descartable: ¿es posible que se trate de una civilización tan por delante de la nuestra que encajase dentro del Tipo II en la escala Kardashov, es decir, una civilización capaz de aprovechar toda la energía de su estrella? ¿Estaría ese oscurecimiento irregular provocado por una formidable matriz de colectores solares que envolvería a KIC 8462852?
Planeta 9 Ilustración. Image Credit: Caltech/R. Hurt (IPAC-NASA) |
También en enero se detectó un noveno planeta en el sistema solar, el legendario Planeta X, un mundo gigante y helado mucho más allá de la órbita de Plutón que giraría alrededor del Sol una vez cada 15.000 años, y cuya existencia se ha “deducido” a partir del comportamiento orbital de los planetas enanos descubiertos recientemente en los confines del Sistema Solar: es decir, no se ha observado directamente, se ha llegado a la conclusión de que existe estudiando las perturbaciones orbitales que provoca. Aquí cabe tener en cuenta que en los últimos años se han descubierto más de 2.000 planetas extrasolares, la mayoría gigantes gaseosos: ¿cómo es posible que se hayan descubierto esta cantidad de planetas remotos, girando alrededor de otras estrellas, antes que un planeta descomunal dentro de nuestro mismo sistema?
El tercer caso que les expuse a mis amigos fue el de la supernova más brillante de la Historia, la ASASSN-15h, doscientas veces más brillante que una supernova normal, una explosión estelar ocurrida hace 3.800 millones de años, 570.000 millones de veces más brillante que nuestro Sol y veinte veces más brillante que todas las estrellas juntas de la Vía Láctea, ¡100.00 millones de estrellas!
A mí todo esto ya me parecía alucinante, y se lo escribí así a mis amigos, añadiendo esta pregunta: ¿Qué nos deparará este 2016, si vamos por este camino?
Pues bien, apenas diez días después, el mundo supo que habían sido detectadas por primera vez las ondas gravitacionales cuya existencia predijo Einstein hace 100 años, un acontecimiento histórico con el que una nueva era de la astronomía comenzaba: una nueva ventana para mirar –para escuchar, más bien- el Universo, ondulaciones del espacio-tiempo producidas por acontecimientos muy violentos ocurridos en algún lugar del Cosmos, vibraciones miles de veces inferiores al diámetro de un cabello humano que permitirán estudiar objetos hasta ahora invisibles, pues dotan a la humanidad de un nuevo sentido para explorar ese Universo del que solo conocemos un 5%.
Recreación de dos agujeros negros a punto de fusionarse, origen de las ondas gravitacionales detectadas |
Esa nueva astronomía gravitacional aún tardará en desarrollarse. Mientras, la astronomía moderna, la que inauguró hace 400 años Galileo al apuntar hacia el cielo con un primitivo telescopio y hoy dispone de telescopios espaciales y de sofisticados radiotelescopios, nos ha permitido descubrir este año un pequeño asteroide, una “segunda luna”, le han llamado, que lleva casi un siglo girando alrededor de la Tierra, de entre 40 y 100 metros de diámetro, que seguirá siendo compañero de la Tierra muchos siglos más pero “nunca se alejará más de cien veces la distancia de nuestra Luna y nunca se acercará a menos de 38 veces esa distancia”, han dicho. Otro asteroide, de 25 a 55 metros de diámetro, pasó rozando la Tierra –a menos de la cuarta parte de la distancia a la Luna- el 28 de agosto, tan sólo un día después de ser detectado...