Publicado en el suplemento especial de Feria de La Voz de Almería, 22/8/2015
"Mi despertar a la afición por el arte de torear tuvo lugar entre la primera vez que acudí a una plaza de toros y la segunda, ambas en Almería. De la primera no guardo ningún recuerdo grato. Debía de ser finales de los ochenta, e iba tan sólo para conocer el ambiente. Llegamos tarde y me perdí el primer toro. Nuestras localidades estaban justo delante del personal que toca clarines y timbales, y en el difícil trance de intentar ocuparlas entre las apreturas del público entorpecimos su labor de anunciar la salida del segundo toro. Luego Espartaco, Roberto Domínguez y un tercero fueron abucheados. Nada. Una mala tarde. La segunda vez ya fue cosa muy distinta. Era la Feria del 94 y yo anhelaba ahora ver al joven matador al que le debía la revelación del toreo, Enrique Ponce, cuya actuación en la corrida de Beneficencia de dos años antes, televisada, supuso para mí un absoluto deslumbramiento.
En estos años he tenido la oportunidad de ver al maestro de Chiva muchas veces, de disfrutar de su excelsa e inagotable tauromaquia, de su temple prodigioso, de la elegancia que imprime a cada gesto, de su asombrosa sabiduría. Es el diestro que más Capotes de Paseo de la Virgen del Mar ha conquistado, cinco, lo que explica la importancia de su paso por Almería; que medien nada menos que 24 años entre el primer Capote, que obtuvo el año de su alternativa, y el quinto, la pasada Feria, habla de la dimensión histórica de su magisterio taurino.
Más allá de la infinidad de detalles sublimes que Ponce ha dejado en mi memoria, son muchos los recuerdos taurinos de gran carga emocional que debo a otros matadores. Y es que se han visto grandes cosas en nuestra plaza. Es una gran Feria. En los noventa mereció la consideración de mejor plaza de segunda categoría de España, y en la actualidad concita el interés de los mejores aficionados del mundo, como pudimos contar el año pasado desde las páginas de La Voz de Almería, dando cuenta de la presencia en el coso de la Avenida de Vilches de los presidentes de los Clubes Taurinos de Nueva York, París y Milán.
En estos veinte años he visto a Joselito atornillar las zapatillas a la arena, parar la música, tirar el estoque y torear al natural con la derecha entre el clamor del público. He asistido con el corazón en un puño al valor impávido de José Tomás, y jamás olvidaré un magno duelo de toreo con la mano izquierda que protagonizaron él y Morante de la Puebla la tarde en que el primero pudo cortar un rabo. He visto a Manzanares padre sufrir un revolcón y luego hacerle al toro una gran faena con su inconfundible sello, y a su hijo ligar los pases como no parecía posible ligarlos y levantar, él sí, los máximos trofeos después de treinta años sin que tal cosa sucediera en Almería. He visto una eterna media verónica de Curro Vázquez en el centro del ruedo que provocó en los espectadores un estremecimiento unánime. En fin, decenas de instantes mágicos. Curiosamente, la faena que más hondamente atesoro en la memoria no lleva la firma de Ponce, sino la de Manolo Sánchez, aquella tarde del 94 en que por primera vez acudí a los toros como verdadero aficionado: inspiradísimo el vallisoletano, de celeste y oro, en una faena que le convirtió en el triunfador de la Feria: aquellos portentosos y lentísimos naturales son mi primer recuerdo de emoción extrema en una plaza de toros.
Este año, como los últimos tres o cuatro, seré imprecado de nuevo por un grupo de antitaurinos cuando llegue a las inmediaciones de la plaza. Lo seremos todos los aficionados, hombres y mujeres, ancianos y niños, adinerados y humildes, de derechas y de izquierdas, monárquicos y republicanos: el gusto por la Fiesta de los toros no sólo viene de muy atrás en el tiempo, sino que alcanza a todos los estratos sociales, a todas las edades, a todas las ideologías. Con voces iracundas me llamarán –nos llamarán- crueles y bárbaros; nos gritarán que nos cortemos las venas si queremos ver sangre, y yo volveré a sentirme injustamente vilipendiado en el ejercicio de mi libertad y como agredido en lo íntimo. Cuánto bien han hecho a lo largo de los años quienes se ocupan de impedir el maltrato animal, pero hasta qué punto se equivocan en su lucha contra las corridas de toros. Tal vez consigan algún día que los derechos de los animales sean equiparados a los de los seres humanos, todo un despropósito al que podría ayudar la tiranía de lo políticamente correcto, y entonces ya sería tarde para explicarles lo terriblemente equivocados que están. Yo por mi parte espero que este increíble espectáculo de arte, rito y sensibilidad siga existiendo aún muchos años más, entre otras cosas porque, paradójicamente, de ello depende la conservación de este animal único, el toro de lidia, que no es ni doméstico ni salvaje, sino bravo."
Este año, como los últimos tres o cuatro, seré imprecado de nuevo por un grupo de antitaurinos cuando llegue a las inmediaciones de la plaza. Lo seremos todos los aficionados, hombres y mujeres, ancianos y niños, adinerados y humildes, de derechas y de izquierdas, monárquicos y republicanos: el gusto por la Fiesta de los toros no sólo viene de muy atrás en el tiempo, sino que alcanza a todos los estratos sociales, a todas las edades, a todas las ideologías. Con voces iracundas me llamarán –nos llamarán- crueles y bárbaros; nos gritarán que nos cortemos las venas si queremos ver sangre, y yo volveré a sentirme injustamente vilipendiado en el ejercicio de mi libertad y como agredido en lo íntimo. Cuánto bien han hecho a lo largo de los años quienes se ocupan de impedir el maltrato animal, pero hasta qué punto se equivocan en su lucha contra las corridas de toros. Tal vez consigan algún día que los derechos de los animales sean equiparados a los de los seres humanos, todo un despropósito al que podría ayudar la tiranía de lo políticamente correcto, y entonces ya sería tarde para explicarles lo terriblemente equivocados que están. Yo por mi parte espero que este increíble espectáculo de arte, rito y sensibilidad siga existiendo aún muchos años más, entre otras cosas porque, paradójicamente, de ello depende la conservación de este animal único, el toro de lidia, que no es ni doméstico ni salvaje, sino bravo."
Enrique Ponce y el toro “Espía” en la faena que le hizo merecedor al matador
valenciano del Capote de Paseo de la Virgen del Mar en la pasada Feria. Foto: JFH