Charles Blackman. The Crack Up. 1973
La última vez que se vio juntos a los Fitzgerald, Scott y Zelda, fue en París, en el año 2011, justo a la medianoche, en una especie de pliegue del tiempo con el que un Woody Allen casi casi cortazariano quería jugar con esa nostalgia que ciertas personas experimentamos de un pasado anterior a nosotros, un pasado que no conocimos pero que nuestra imaginación ha idealizado; una añoranza que se completa, naturalmente, con una mirada insatisfecha sobre la época que nos ha tocado vivir, en la que no parece que encajemos. No era la primera vez que Scott Fitzgerald se dejaba ver en una película de Woody Allen: en Zelig aparece el verdadero Scott en una de las escasas imágenes en movimiento que se conservan de él, escribiendo al aire libre.
Alison Pill y Tom Hiddleston en Midnight in Paris
Antes, en 1980, se les había visto sobre un escenario de Broadway, en una de las últimas obras de Tennessee Williams, titulada Clothes for a Summer Hotel. Al parecer, Williams, uno de los grandes dramaturgos del siglo XX (El zoo de cristal, Un tranvía llamado Deseo, La gata sobre el tejado de zinc caliente, De repente, el último verano, Dulce pájaro de juventud, La noche de la iguana… ), se identificaba personalmente con la tragedia de los Fitzgerald: no era sólo que reconociese en sí mismo un consumo excesivo de alcohol durante buena parte de su vida, o la pérdida del favor del público, o la lucha que en el artista emprenden su creatividad y sus necesidades económicas, sino que las visitas de Scott a las clínicas psiquiátricas donde estuvo internada Zelda le recordaban las que él mismo hacía a su hermana Rose, mentalmente desequilibrada también. La obra transcurre durante un encuentro entre Scott y Zelda en el Hospital Psiquiátrico Highland en Asheville, Carolina del Norte (donde ella moriría en 1948), y hace un recorrido en flashbacks a través de su tormentoso matrimonio. Tennessee Williams (sureño, como Zelda) tardó cuatro años en escribir esta obra, que se estrenó con Geraldine Page en el papel de Zelda. Fue un fracaso comercial y de crítica, y Williams prometió no volver a estrenar en Nueva York (murió tres años después). Que yo sepa, esta obra no se ha visto nunca en los escenarios españoles.
También tenía yo una referencia muy vaga sobre un musical cuyo argumento eran sus trágicas vidas, musical que (cosa extraña), siendo el mismo, unas veces aparecía mencionado con el nombre de Beautiful and Damned y otras con el de Zelda, “Un musical basado en la extraordinaria vida del icono americano de los años veinte”. Hace poco más de un mes me lo encontré, completo, en Internet. Lo vi en el ordenador, y confieso que me emocioné, que llegué sentirme como si lo contemplase, con el aliento contenido, desde la oscuridad de un patio de butacas: no podía creerme que sus vidas hubieran podido ser tratadas tan fielmente en un musical, que episodios fundamentales de sus biografías fueran contados en canciones tan bellas.
Una parte de mí quisiera ensanchar el Loser, elevar considerablemente la altura de sus paredes, multiplicar por veinte o treinta las dimensiones del escenario, llenar el local de cómodas butacas tapizadas en terciopelo rojo y palcos suntuosos, colgar del techo bellas lámparas de araña y reestrenar aquí mismo las dos horas y dieciocho minutos del maravilloso musical. Pero, evidentemente, nadie iba a verlo: una imagen demasiado pequeña, a pesar de todo; una experiencia demasiado kinetoscópica. De manera que abriré un pasadizo hacia ese otro teatro mucho más amplio de las pantallas completas (hacer click en el título o el cartel):
Eso sí, no renuncio a traer aquí al menos dos de las canciones y un resumen. Pero quisiera situar brevemente la acción: La obra comienza en el Hospital Highland, en 1938; una Zelda de cabello suelto y descuidado, vestida con las ropas de una paciente psiquiátrica, se ve mentalmente acosada por sus fantasmas. De pronto, recuerda su infancia, y el escenario poco a poco se convierte en la Alabama de 1912, y luego en la de 1918: la fiesta en el Country Club de Montgomery en la que el teniente Fitzgerald y la joven y descarada Zelda Sayre se conocen, y las calurosas noches en el balancín del porche, y los recelos del padre de ella, y la separación: Scott se va a Nueva York a labrarse una carrera como escritor, Zelda se queda en el Sur; se escriben bellas cartas de amor... Letters:
El resto de la obra sigue más o menos fielmente el desarrollo de sus vidas (existen las inevitables licencias teatrales, claro): asistimos a su boda en la catedral de San Patricio, a su alocada estancia en el Hotel Biltmore (divertidísima coreografía con baño en fuente), las noches no menos desenfrenadas en el París de los años veinte y en el sur de Francia, los garitos nocturnos, el encuentro con Hemingway (la amistad con Scott, la rivalidad con Zelda: "Scott, Zelda no es tu musa, es tu Némesis"), la obsesión de ella por el ballet, la locura, el alcoholismo de Scott, la forma en que la novela Suave es la noche se le escapa de las manos, la velocísima composición de Resérvame el vals, el enfado de Scott… La novela de Zelda se publica; es la hija de ambos, Scottie, quien en el musical le entrega un ejemplar a su padre, que lo hojea emocionado… "Papá, ¿de verdad has leído en el libro cosas tan terribles sobre ti?", viene a decirle la joven. "No, no hay nada aquí que no haya surgido del amor", le contesta -más o menos- Scott. Es la emotiva Save Me the Waltz....
Pasa el tiempo. Scott ha muerto, pero aún aparece, vestido de nuevo con su impecable uniforme de teniente, para bailar por última vez con una Zelda que ahora sí poco a poco se queda a solas con su enfermedad...
Beautiful and Damned se representó en el Lyric Theatre, del West End londinense, entre el 28 de abril y el 14 de agosto de 2004. El libreto es de Kit Hesketh Harvey y la música y letras de Les Reed y Roger Cook. Estuvo dirigida y coreografiada por Craig Revel Horwood e interpretada por los británicos Michael Praed y Helen Anker en los dos principales papeles.
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“(...) Tal vez la mitad de nuestros amigos y parientes le dirían con honesto convencimiento que mi afición a la bebida volvió loca a Zelda,pero la otra mitad le aseguraría que su locura me condujo a la bebida. Ningún juicio significaría nada: unos y otros se mostrarían igualmente unánimes al decir que deberíamos separarnos, frente a la ironía de que nunca, en todas nuestras vidas, hemos estado tan desesperadamente enamorados (...)”
Carta de Scott a la doctora Squires,de la clínica Phipps, Baltimore. Marzo de 1932
1926