La inmensa mayoría de los escritores que se han ocupado de la ficción especulativa o ciencia ficción han dado por sentado que cualquier tiempo futuro será peor, confirmando a su modo el parecer manriqueño, pues no en vano el presente es el pasado del porvenir. Leer obras de este género literario puede responder, de este modo (y más allá del mero placer), a un intento de congraciarse con el tiempo que a uno le ha tocado vivir o simplemente a una huida hacia adelante. Yo participo más de la segunda razón que de la primera. Leí a Huxley y a Orwell en el instituto (literatura mayor, sin duda), las Crónicas marcianasde Bradbury hace un par de años (literatura no menor), y poco más. Ahora llego a Stasnilaw Lem, a quien algunos consideran el mejor. Evito empezar por la más celebrada de sus novelas, Solaris, pues me arriesgo a que ninguna otra me parezca luego a su altura, y decido adentrarme en su obra a través de Retorno de las estrellas. Y me gusta. Me gusta mucho. Contiene una especie de existencialismo del mañana, una metafísica del anacronismo, de la alineación temporal.
Los escasos supervivientes de una expedición interestelar regresan a la Tierra y se encuentran con que todo ha cambiado. El viaje ha durado diez años para ellos, pero ciento veintisiete para el planeta del que partieron. Sin que ellos hayan tenido conocimiento alguno, poco después de su iniciar su misión se impuso un procedimiento médico mediante el cual prácticamente desaparece en los hombres y mujeres el impulso agresivo. Es la betrización, aplicada en edades tempranas a través de la sangre, y con ella se pretendía la “humanización del género humano”. Tres generaciones después, la violencia es sencillamente inconcebible: el ser humano ni siquiera puede imaginar la idea de matar, y las épocas anteriores se antojan insoportablemente feroces, de ahí que para distanciarse de ellas se haya llevado a cabo una completa transformación de ciudades y costumbres. El dinero, por ejemplo, apenas es útil ya: “vivir no cuesta nada”. Hall Bregg, que de no haber participado en la expedición cósmica habría muerto decenas de años atrás, se siente completamente fuera de lugar, único entre todos los demás, aislado entre el tiempo que fue suyo y no existe ya y el tiempo que ha llegado a ser sin él. Ha sido arrojado al futuro sin posibilidad alguna de poder adaptarse, e íntimamente lo rechaza: junto con la agresividad, el ser humano ha perdido también el impulso de arriesgar la vida; la juventud se ha convertido en el elemento más importante de toda la elección erótica, y las arrugas y canas merecen el mismo rechazo que siglos atrás la lepra; la sexualidad se caracteriza por la tibieza: “Hemos eliminado el infierno de las pasiones”, le dice un viejo médico, “y el resultado ha sido que el cielo ha dejado de existir al mismo tiempo”. Es cierto: se trata de un mundo libre de peligros, en el que no cabe la crueldad, pero Bregg siente, para su propio desconcierto, que la anulación de los instintos asesinos en el hombre es, de algún modo, “una mutilación”. Es decir, como afirma otro de los expedicionarios estelares retornados: “han matado en el ser humano al ser humano”.
Una curiosidad: publicada en 1961, Lem anticipó la desaparición de los libros (“No existían. Ya no se podía curiosear en las estanterías, sopesar gruesos tomos en la mano, saborear bien su volumen, que predecía la duración del placer de su lectura”) y su sustitución por pequeños cristales cuyo contenido se leía electrónicamente con “optones” o, de manera preferente, se escuchaba con “lectones”. Sin embargo, perviven en ese mundo futuro, curiosamente, los telegramas.
Recorro ahora las primeras páginas de Fiasco, del 86, la penúltima novela de ciencia ficción escrita por Stanislaw Lem –si consideramos que Paz en la tierra ha de ser la última-, donde se plantea otra cuestión que también aparece en Retorno de las estrellas: la imposibilidad de provocar un contacto entre civilizaciones galácticas. Mediado el primer capítulo, no me importa confesar mi absoluta fascinación por lo que se me va narrando…
Hall Bregg retorna de Fomalhaut, la estrella más brillante de la constelación
Piscis Austrinus y una de las más brillantes en el cielo. Se encuentra
aproximadamente 25 años luz de la Tierra. (HubbleSite)