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Channel: Los pasadizos del Loser
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Charlot

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A Dog's Life, 1918

Pobre galería de perdedores cinematográficos sería ésta que adorna las paredes del Loser si entre ellos no ocupara un lugar de honor ese personaje ya centenario llamado Charlot, el primer y más duradero mito del cine, icono por excelencia de un arte que él contribuyó a dar forma. Son tan variadas las circunstancias en que nos lo encontramos a lo largo de los años y las películas que podríamos hablar, más que de personaje, de un carácter asociado a una indumentaria, aquel famoso disfraz improvisado por Charles Chaplin un día de enero de 1914: unos pantalones viejos y demasiados anchos contrastando con la estrechez del chaqué, muy usado también, chaleco, corbata, camisa de manga corta y cuello postizo, un bigotito que es casi la sombra de la nariz sobre el labio superior, un bombín algo pequeño, unos enormes zapatones destrozados de tanto recorrer los polvorientos caminos y un flexible bastón de bambú con el que apoyar cierto aire de caballero empobrecido, de poeta sin suerte. Hay en él, en efecto, un atildamiento marchito, una menesterosa respetabilidad, pero también unos extraños andares de pies completamente abiertos; hay ingenuidad y picardía, integridad y burla, valor y cobardía, la asombrosa agilidad de un saltimbanqui y la torpeza de quien está siempre entre la ensoñación, la desgana y la farsa, un hombre pequeño que evita las peleas siempre que puede, pero que conoce esas marrullerías propias de la calle, la patada en el trasero, el ladrillazo, la herradura en el guante de boxeo; un desventurado solitario que sobrevive en los márgenes de la sociedad pero que no ha perdido esa inclinación natural a enamorarse de todas las jóvenes atractivas que se cruzan en su vida, tímido galanteador que ha de vérselas demasiadas veces con la humillación a que es sometido por su condición de pobre.

The Inmigrant, 1917

Pero también podríamos aceptar que, en efecto, es un solo personaje, y que su historia puede ser reconstruida ordenando de otra manera lo que Charles Chaplin nos fue contando de él a lo largo de los años; imaginar que hay una cronología trastocada en sus películas. Charlot –ese Tramp original, ese vagabundo-, entró en la historia del cine como un falso espontáneo empeñado en ponerse ante el objetivo de un camarógrafo en una carrera de coches infantiles (Kid Auto Races at Venice, 1914), y salió caminando hacia un horizonte desconocido en compañía de Paulette Goddard en la escena final de Tiempos modernos, de 1936. En esos veintidós años de vagabundeo y silencio, a Charlot le ocurrieron infinidad de cosas, y no tenemos por qué aceptar que nos fueron relatadas cronológicamente: así por ejemplo sabemos que el personaje llegó a los Estados Unidos como inmigrante, y que la puerta de entrada a esa tierra de promisión y libertad fue Nueva York, sin duda la Isla de Ellis. En los siguientes años alternó pequeños trabajos, en los que generalmente el patrón de turno tendía a oprimirlo, con periodos de desempleo, en los cuales trataba de que su miseria pareciese lo más decorosa posible. Aspirante a actor con poca fortuna, bailarín alegre, camarero, tramoyista, boxeador, empleado de la limpieza en un banco, dependiente en una tienda de empeños. Vivió en casas muy humildes -ocasionalmente pudimos verle llegando ebrio a alguna vivienda de más fuste, eso sí-, conoció el hambre y la cárcel, aunque sin duda sus delitos fueron siempre menores y en relación con la comida; recelaba de la policía, y perseguido por un agente entró en un circo que estaba en plena función: acabó trabajando brevemente bajo la carpa y se enamoró de la hija del director. Viajó a Alaska para buscar oro y allí estuvo a punto de ser devorado por su compañero de cabaña tras pasar días y días sin comer otra cosa que una de sus botas. Las películas de Charles Chaplin tienen sus propias fechas, claro, lo que trato de hacer aquí es reconstruir una posible biografía de su criatura de ficción: tal vez fue después y no antes cuando encontró un bebé en un callejón, lo crió durante cinco o seis años, le enseñó algunas truhanerías y al fin hubo de aceptar que regresara con la madre que le abandonó al nacer. Difícil saber también cuándo exactamente conoció a aquella florista ciega a la que, a cambio de pasar una temporada a la sombra, consiguió darle el dinero suficiente para pagarse la operación que le devolvió la vista. Fue el mejor amigo de un perro callejero, durmió al raso muchas noches, fumaba restos de cigarrillos y puros que encontraba, comía poco pero con excelentes modales, amó sin descanso, fue violinista ambulante, recluta en la I Guerra Mundial, héroe en sueños, engranaje de una fábrica, sospechoso de ser un líder comunista.

The Kid, 1921

He leído que los escritores de la Generación del 98 sintieron «veneración» por Chaplin y Buster Keaton. Don Pío Baroja escribió que hasta Charlot, «un clown genial», llegaba el recuerdo lejano de los bufones de Shakespeare y Dickens. La del 27 estuvo muy dividida entre los partidarios de Charlie Chaplin y los de Keaton. Cuenta Roman Gubern que García Lorca escribió un poema sobre Charlot que nunca se atrevió a publicar por temor al rechazo de Buñuel y Dalí, que despreciaban al cómico inglés por sentimental. En los años setenta –tampoco hace tanto, caray- la televisión aprovechaba los desajustes de programación para poner un espacio llamado Cine cómico, compuesto por cortometrajes de Charlot. Yo crecí, pues, con las aventuras de aquel maestro absoluto de la pantomima. Por entonces, todas las listas de las mejores películas de la historia todavía incluían La quimera del oro, de 1925, entre las tres primeras. Quienes ya desde niños teníamos más inclinación por la artes y las letras que por los deportes sentimos que abandonamos realmente la infancia cuando pasamos de decir Charlot a decir Chaplin, como una especie de puesta de largo en la cinefilia. Admirábamos ya al cineasta, no al payaso. Hoy en Chaplin veo sobre todo al cómico genial comprometido con los débiles y revelado contra los poderosos, los moralistas, los conservadores,  los opresores: y es que no ha vuelto a hacerse un cine más social que el protagonizado por aquel perdedor llamado Charlot.


P.D. ¿Dónde está Chaplin, la película de 1992 dirigida por Richard Attenborough y protagonizada con gran brillantez por Robert Downey Jr.?

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