El pequeño escenario de ese imaginario local que es el Loser ha conocido ya alguna que otra velada musical, pero nunca hasta hoy –que se sepa- un combate como el que se anuncia en los carteles:
Digamos que dos míticos bateristas de jazz, Gene Krupa y Buddy Rich reproducen en este blog-bar cierto duelo vertiginoso a baquetas, bombo, redoblante, tom-tom y platillos que tuvo lugar en 1966 en un programa de la televisión americana, el show de Sammy Davis Jr. en la NBC. Fue el 25 de febrero de aquel año y es también ahora mismo: la imaginación no conoce límites. Eso sí, quien esto escribe no es del todo imparcial: está con Krupa, desde jovencito, desde que le contaron que el tipo era capaz de tocar la batería en una caja de cerillas usando dos fósforos a modo de baquetas. Y era cierto, ahí está la película Bola de fuego, de Hawks, 1941. Sin desmerecer a Buddy Rich, sublime también, Gene Krupa fue tal vez el más grande, el que primero grabó un solo extensivo de batería, esos gloriosos interludios con ecos africanos en el tema Sing, Sing, Sing que interpretaba la banda de Benny Goodman y que en 1938 arrancaron los más encendidos aplausos en el legendario concierto del Carnegie Hall, para celos y disgusto, dicen, del célebre clarinetista.
Tengo para mí que la batería es el instrumento que más atrae al común de los niños. Cuando hace dos años viví a través de mi hija el proceso de elección de instrumento por parte de los nuevos alumnos del conservatorio, la percusión fue de las primeras secciones en cubrir las plazas que ofrecía. Y no he olvidado otro duelo al que asistí en el colegio cuando a mis diez u once años: en el gran aula de música que entonces tenían los Maristas de Palencia contendieron en ritmo y redobles uno de mis compañeros, que creo recordar era integrante de la banda de una cofradía de Semana Santa, y el profesor.
Las luces de este blog-bar se atenúan, el caracoleo del humo aquí nunca proscrito se hace más visible en la proximidad de los focos del escenario, que es también túnel del tiempo: jazz de traje y corbata para una sesión salvaje, endiabladamente divertida, mezcla de travesura infantil y de virtuosismo. Y entre un duelista y otro, el menudo Sammy Davis como padrino de ambos, el tipo más liviano y con mayor sentido del ritmo que haya calzado jamás unos zapatos de baile.